domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Te apetece un café?

El despertador empezó a sonar de forma escandalosa, callándose cuando mi mano lo agarró y apretó el botón. Había sido una mala noche, llena de pesadillas, y despertándome demasiadas veces. Apenas conseguí abrir los ojos, llenos de legañas a causa de algunas lágrimas que derramé en la noche por un mal sueño. Remoloneé un poco más en la cama y miré el móvil que, como de costumbre, reflejaba una llamada perdida. Era demasiado temprano para que ella estuviera despierta, la llamada fue cuando iba a acostarse para dormir. Tarde, como siempre.

Me levanté de la cama, sintiendo el frío invernal en mi piel que me cortaba como si fuese una espada. No estaba de muy buen humor esa mañana, no suelo despertarme con buen humor, pero esa mañana era peor. Me dirigí a la cocina, y sin dudarlo, empecé a preparar el café. Mientras se preparaba me senté en la silla y apoyé la cabeza sobre la mesa, intentando relajarme. El aroma del café empezó a impregnar toda la habitación, y mis labios crearon una media sonrisa. Terminó de prepararse, agarré una taza y lo vertí en ella. Con un poco de leche y tres cucharadas de azúcar. Un vaporcillo salía de la taza, al igual que su aroma. Le dí el primer sorbo, tan caliente que consiguió hacer entrar mi cuerpo en calor, pero sin llegar a quemar mi lengua, un poco amargo, pero a la vez dulce gracias a la cantidad precisa de azucar. La tensión que había en mi cuerpo se relajó poco a poco y todo mi mal humor desapareció. A los siguientes sorbos no estaba tan relajada, pero tampoco estaba tensa. Ya tenía energía para todo el día.

No hay nada como un buen café en una mañana de invierno. Volví a coger el móvil, que no había recibido toque alguno. Algún día no me hará falta un café para alegrar mi mañana. Todas mi mañanas las empezaré bebiendo de sus labios y mi sonrisa será tan amplia como lo será la suya. Y manteniendo esa sonrisa le preguntaré:

-¿Te apetece un café?

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